Hablemos un poco de la muerte… Quitarse voluntariamente la vida, así define la RAE el suicidio. Y
es que a veces la vida no sale como uno quiere. El suicidio es la primera causa
de muerte no natural en España. Hay el doble de suicidios que muertos por
accidente de tráfico. Cada día, unas diez personas se suicidan en nuestro país.
Trastornos mentales, problemas de pareja, crisis económica, falta de salud,
problemas laborales... suelen ser las causas. No están exentos de este autocrimen
los escritores, artistas llenos de emoción que buscan “alivio” ante la
incomprensión de los lectores, del mundo editorial o del mundo en general.
Entre estos autores desafortunados encontramos a:
Stefan Zweig. Escritor,
biógrafo y activista social austríaco judío. Era, entra otras cosas,
antibelicista. Nacido en 1881 y fallecido en Brasil en 1942. Muy popular entre
los años veinte y treinta. Se reivindicó enseguida contra los nacionalismos
(por desgracia, resurgiendo en Europa en la actualidad) y, por tanto, contra la
llegada del nazismo. Una de sus biografías, María Antonieta, fue adaptada al
cine en el año 38. Por recomendación del escritor Pérez Reverte, leí su novela
corta titulada Novela de ajedrez, del
año 41, escrita poco antes de su suicidio. Trata sobre la neurosis obsesiva que
un hombre desarrolla por el ajedrez durante su cautiverio en manos de la
Gestapo. Una forma de mantener su mente más o menos lúcida allí donde solo
queda volverse loco. En el año 42, con el auge del nazismo, victorioso en la
guerra, él y su esposa, muy
desilusionados con el futuro del planeta, desesperados y angustiados, se
suicidaron tomando veneno. Dejó
escrita la siguiente frase: “Creo que es
mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual
significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la
Tierra”.
Más bestia fue la muerte de la escritora y pintora alemana Unica Zürn, quien decidió arrojarse al vacío desde su casa de
París en el año 1970. Lo hizo, al parecer, porque sufría trastornos mentales (esquizofrenia). Se hizo conocida por sus dos
novelas póstumas: El hombre jazmín y Primavera sombría. Ambas
relatan sus estancias en los psiquiátricos.
Otro método conocido para suicidarse es el ahorcamiento. Lo utilizó el humilde
poeta ruso Serguéi Yesenin en 1895.
Lo hizo, por cierto, en un hotel. Posiblemente por depresión, pues era alcohólico, o por sus fracasos amorosos y
matrimoniales. Llevó una vida algo ajetreada. Estuvo casado con la famosa
bailarina Isadora Duncan y se casó también con la nieta del novelista León
Tolstói. Entre sus obras traducidas a nuestro idioma se pueden encontrar La
confesión de un granuja y El
último poeta del campo.
Virginia Woolf, la feminista y novelista británica, sufría trastorno bipolar. El bombardeo alemán sobre su casa de Londres y
un fracaso editorial fueron los desencadenantes para que llenase su abrigo de piedras y se arrojase
al río Ouse. Dejó una bonita carta escrita a su marido agradeciéndole todo
lo que había hecho por ella y animándolo a vivir. Sus obras fueron rescatadas
hacia 1970 por los movimientos feministas; y Nicole Kidman se llevó un Oscar
interpretando a la escritora en la película Las horas.
Otra escritora
feminista que terminó igual, es decir, muerta por su propia mano, fue la
chilena Teresa Wilms Montt, hija de
alemán y española. Fue separada de sus hijas e internada en un convento a la
fuerza por cometer adulterio. Terminó huyendo a Argentina, donde comenzó su
carrera literaria al entrar en contacto con intelectuales del país. Tras el
suicidio de un pretendiente, se marchó a Nueva York en tiempos de la Primera
Guerra Mundial, pero, debido a su apellido alemán, no se la permitió entrar en
el país. Viajó a España, donde Valle-Inclán escribió los prólogos de sus
libros: En la quietud del mármol y Mi destino es errar. Inmersa en ambientes artísticos, fue
retratada por pintores como el andaluz Julio Romero de Torres. Se estableció en
París en 1920, donde se reencontró con sus hijas después de cinco años. Al separarse,
no pudo superarlo más, cayó en depresión
y se suicidó consumiendo somníferos. Tenía solo 28 años.
Pero si hay que
mencionar a un escritor muerto joven este es Otto Weininger, quien se suicidó en 1903 con tan solo 23
años. Lo hizo disparándose, acción que evitó que fuera testigo de su
éxito. Su única obra, Sexo y carácter,
fue traducida a varios idiomas tras su muerte y editada año tras año durante
los siguientes veinte años. Se trata de un tratado filosófico tachado de
misógino y antisemita pero, al parecer, de enorme trascendencia existencial. Se
desconoce el motivo de su suicidio. Dicen algunos filósofos que Otto Weininger
sucumbió y fue víctima de su profunda obra. Y es que, a veces, resulta
mejor no pensar…
Carlos Álvarez
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