LIBROS PROHIBIDOS


"Abominas el nombre del diablo, y en oyéndole te santiguas, y eres tú mismo aquel diablo que aborreces”. La frase es de Desiderio Erasmo de Rotterdam, quien, como bien anuncia el nombre, nació en Róterdam (Países Bajos). Fue hijo bastardo de un sacerdote de Gouda y su sirvienta. Siguió los caminos de su padre y se ordenó sacerdote. Estudió teología en el París de inicios renacentistas y se contagió de ideas libres. De hecho, recopiló en su libro Adagios (1500) más de 800 refranes y moralejas de las antiguas Grecia y Roma, espejos del Renacimiento. El libro se vendió con éxito y llegó a contar con más de 60 ediciones. Nueve años más tarde escribió Elogio de la locura, que crítica los abusos y locuras de varios estamentos sociales, especialmente a curas y obispos que se enriquecían a costa de la labor cristiana. Le tocó vivir en época de reformistas contra católicos (y viceversa) y procuró no tomar partido ni por unos ni por otros lo que le valió ser censurado por ambos. De hecho, sus obras fueron incluidas años después de su muerte en el Índice de Obras Prohibidas, que era una lista de aquellas publicaciones que la Iglesia católica catalogaba como libros perniciosos para la fe. Esta lista existió desde 1551 hasta 1966, cuando el Papa Pablo VI la suprimió.



Menos suerte tuvo el dominico, poeta y filósofo Giordano Bruno, natural del Reino de Nápoles (1548). Considerado precursor de la revolución científica, compartió con Erasmo el estar metido en el Índice de Obras Prohibidas, sin embargo, a diferencia del holandés, el napolitano fue ejecutado por la Inquisición romana. Y es que le dio por pensar demasiado. De hecho, fue él quien expuso que el Sol era simplemente una estrella y el universo contenía un infinito número de mundos habitados. Por estos y otros pensamientos, como aquello de Cristo no era Dios, sino un mago excepcionalmente hábil, no encontró amigos ni en protestantes ni en católicos y estuvo siete años en la cárcel de la Inquisición hasta que lo quemaron por herético, impenitente, pertinaz y obstinado. Se dice que murió en la hoguera sin gritar ni una sola vez. En 1889 se erigió una estatua en el lugar de su muerte, exaltando su figura como mártir de la libertad de pensamiento.

La famosa frase “Pienso, luego existo”, atribuida al filósofo francés René Descartes (formulada anteriormente por el español Gómez Pereira), viene de su obra Discurso del Método, donde se discuten los complejos métodos de enseñanza que se utilizaban para comprender el cristianismo. Esta y sus demás obras también estuvieron incluidas en el Índice de Obras Prohibidas, solo que Descartes fue más prudente y menos obstinado que Giordano Bruno. De hecho, algunas de sus obras solo se imprimieron una vez fallecido, pues prefería seguir vivo que ser encarcelado y condenado a la hoguera. Se le considera padre de la filosofía moderna. 

El libro Leviatán (1651), que aborda los orígenes de la sociedad, también fue incluido en esta lista de obras prohibidas que solían quemarse en hogueras. Su autor fue el filósofo inglés Thomas Hobbes, quien nació de forma prematura a causa de la tensión que sufrió su madre al enterarse de la llegada de la Armada Invencible a las costas inglesas. En 1666 se hizo en su país una quema pública de sus libros, pues sus ideas rompían con los pensamientos de la Edad Media y abrazaban la modernidad. Hay quien tiene de enemigos al vecino de arriba o a algún cuñado con el que no se entiende, pues Hobbes tenía de enemigos a la Iglesia de Inglaterra y a la Universidad de Oxford. Mal asunto. Murió con 91 años, y, una vez fallecido, se hizo otra quema pública de sus libros. Poco le importaría ya…     
Y eso es todo por hoy, amigos, leed lo que no quieren que leáis y sabréis lo que no quieren que sepáis.   

Carlos Álvarez





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