Sí son menos los que
cuentan con una estatua erigida en su honor. Generalmente, son los más afamados
y universales. Algunos de ellos jamás las quisieron, como fue el caso del
singular Charles Dickens, autor de maravillas literarias como Cuento de
Navidad.
Este pidió con éxito a sus amigos que impidieran cualquier
homenaje de este tipo a su nombre. Durante 200 años se respetó su deseo. No
obstante, los habitantes de su ciudad natal, acabaron rompiendo la palabra de
sus ascendientes en el año 2014 y le erigieron una bella, oscura y respetable
estatua sentada. Aquellos que viajen a Porsthmouth,
ciudad situada en el sur de Inglaterra, podrán encontrarse con el autor sentado
junto a una pila de libros y sosteniendo uno de ellos abierto en la mano
izquierda. Barba y mirada y pose intelectual completan la escultura.
El pueblo inglés Haworth también quiso homenajear a sus
escritoras más famosas. Si bien las hermanas Brontë (siglo XIX) no eran
naturales de allí, al parecer sí escribieron la mayor parte de sus obras en
dicho pueblo, hoy convertido en centro de peregrinaje de sus lectores fans,
especialmente japoneses. Emily, Charlotte y Anne eran los nombres de las tres
hermanas, hijas del clérigo de Haworth, que escribieron normalmente bajo
seudónimo. Jane Eyre, Cumbres borrascosas
y La inquilina de Wildfell Hall fueron tres novelas conocidas escritas por
cada una de ellas. El pueblo inglés tiene señalizados senderos y lugares donde
las tres hermanas se inspiraban. Además, les ha levantado un museo y, justo
delante, una estatua algo sosa de las tres muy unidas buscando la inspiración.
Para estatua
curiosa la del escritor francés Julio Verne en la ciudad de Vigo. No podía ser
de otra manera: el escritor sentado sobre los tentáculos de un gran pulpo. (No
es a la gallega, porque falta cocinarlo: se mira pero no se come.)
Referente de
la ciencia-ficción en el mundo entero. En su maravilloso libro 20.000 leguas de viaje submarino el
Capitán Nemo llegaba en el súperbarco Nautilus hasta la
ría de Vigo para coger oro. Qué menos que hacerle una estatua al escritor
francés como agradecimiento.
Como curiosidad, Julio Verne se dedicó un tiempo a
viajar en su propio barco, a imitación de Nemo, y acabó viviendo algunos días
en Vigo.
Quienquiera sentarse a charlar con James Joyce, autor de
Ulises (1922) o de los cuentos titulados Dublineses,
puede hacerlo en Dublín.
Está sentado en una silla, piernas cruzadas, sombrero
alegre y hay una silla vacía a su lado.
Aunque el escritor se pasó casi toda la
vida fuera de Irlanda, autoexiliado, y criticó con dureza el inmovilismo de sus
paisanos, estos no se resistieron a homenajearlo una vez hecho famoso.
No solo hay estatuas al aire libre. En un bar de la Habana,
llamado el Floridita, puedes encontrarte al mismísimo Ernest Hemingway, escritor aventurero cuya vida
muchos han llegado a envidiar.
Barba, entrado en años, mirada sonriente y
cómplice, ojos campechanos, postura de paisano de bar, afable. Así, tal cual,
en la barra posado, se halla la estatua de este genial escritor norteamericano,
autor de El viejo y el mar, premio
Pulitzer y Nobel de literatura. También se puede encontrar una estatua suya en
Pamplona, también en un bar (vaya fama) pues la ciudad le agradece que
asistiera a los Sanfermines. Casado en cuatro ocasiones, divorciado,
periodista, conductor de ambulancias en la I Guerra Mundial, herido en combate,
participó en la Guerra Civil española, también en la II Guerra Mundial (presente
en el desembarco de Normandía y la liberación de París), hizo safari por
África, corrió los Sanfermines, sufrió varios accidentes aéreos, vivió en
varios lugares del mundo, entre ellos Francia y Cuba: un tipo así cómo no iba a
ser escritor.
Vive, lee.
Carlos Álvarez
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