En el mundo de la literatura, como en la vida misma, hay tanto talento como trampa. Incluso, puede que más trampa que talento. Algunos lectores se piensan que la trampa es para los desconocidos, para tramposos que subsisten con artimañas y que antes o después quedan relegados al ostracismo. ¡Ja! Hay más trampa arriba que abajo… Veamos unos cuantos casos:
Igualmente, algunos incluso piensan que el plagio no lo hizo Cela, sino alguno de sus negros. Por cierto, el caso ha estado durante años y años en los tribunales. No tengo ni idea de cómo se habrá resuelto. En cualquier caso, para el que la quiera leer, Carmen Formoso publicó su obra en el año 2000.
Otro escritor
español que vio su caso y perdió en los tribunales: Manuel Vázquez
Montalbán. Conocido por las novelas del detective Pepe Carvalho. Premio
Nacional de Narrativa y Premio Europeo de Literatura con la obra Galíndez (1991). Mucho premio, pero
otro posible tramposo. Fue
condenado en 1990 a pagar tres millones de pesetas, en concepto de
perjuicio moral, al profesor de la Universidad de Murcia, Ángel Luis Pujante,
por plagio en la traducción que éste había realizado de la obra de Shakespeare
Julio César. El caso sentó
jurisprudencia en los derechos de los traductores sobre sus textos.
Otro caso muy conocido, el
argentino y posible tramposo Jorge
Bucay. Sus obras han sido best
Sellers en muchos países de habla hispana. Cartas para Claudia, Déjame que te cuente,
Cuentos para pensar, Amarse con los ojos abiertos: son
algunas de sus obras más conocidas. También
Shimriti (2003), en la cual, según se dice, se copiaban 60 páginas de la obra La sabiduría recobrada, de la
filósofa española Mónica Cavallé. Bucay se disculpó con la autora y reconoció el plagio aunque aseguró que
se trataba de un error. En la reedición
de la obra, con el nombre El camino de
Shimriti, el autor mencionaba las partes de la otra autora.
Pero no solo hay sitio para posibles tramposos, también para
posibles tramposas. Caso conocido y
desbordante es el de la escritora valenciana Lucía Etxebarria. Su primera novela, Amor,
curiosidad, Prozac y dudas (1997) incluía en sus páginas frases
enteras literales de Nación Prozac, de la periodista y escritora estadounidense
Elizabeth Wurtzel. Como le
fue bien y le llovían los premios de la editorial Planeta,
no dudó en plagiar versos del poeta
Antonio Colinas en su libro Estación de Infierno, y
acabó metida en juicio contra la revista
Interviú. Ganó la revista, por cierto. No aprendida la lección volvió a la
carga y en la obra Ya no sufro por amor
(2005), metió a cascoporro párrafos
enteros del artículo Dependencia
emocional y violencia doméstica, publicado por el psicólogo Jorge Castelló un año antes. Otra vez
a juicio. Finalmente la disputa se solucionó por acuerdo económico (3.000 €) y
el envío de un comunicado de la autora en el que reconocía un uso inadecuado de
los materiales ajenos.
Como veis, ninguna obra está a salvo…
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